Si alguna vez ha vestido usted un uniforme (da igual de qué tipo) sabrá que no es una prenda cualquiera. El uniforme produce ciertos sentimientos y comportamientos en aquel que lo viste y en aquellos que lo ven desde fuera. Puede producir rechazo, admiración, disciplina, concentración, seguridad, falta de iniciativa… Depende de la percepción del observador. De todos modos, está claro que los uniformes nunca pasan desapercibidos en nuestra sociedad. Es verdad, el uniforme es ropa. Pero es una ropa con personalidad propia. ¿Es la gente la que lleva uniforme o es el uniforme el que lleva a la gente? No es una pregunta tan descabellada. Quizá si echamos un vistazo a su historia y entendemos su razón de ser podremos responderla.
Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos nos cruzamos con gran variedad de uniformes: niños yendo a la escuela uniformada por la mañana, trabajadores con mono azul, la cajera del supermercado vestida de uniforme con el logo y el color de la tienda… Quizá por la tarde volvamos del trabajo en coche mientras un par de policías con vestidos reflectantes guían el tráfico. Tal vez, por la noche salimos a cenar fuera y nos atiende un camarero con traje de servicio. Si nos paramos a pensar nos daremos cuenta de que el uniforme está presente en cualquier rincón de nuestras rutinas. Forma parte de nuestras vidas. Pero ¿por qué vestimos uniformes?
Los uniformes esconden un simbolismo que todos descodificamos al instante sin apenas darnos cuenta. “Si hablamos de uniformes estamos hablando de presentación social del cuerpo. La lógica social nos pide saber en todo momento quiénes somos dentro de la comunidad. Y los uniformes sirven para eso, para mostrar los parámetros de identidad, de orden social y de necesidad de intercambio”, explica Josep Martí, antropólogo del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Por tanto, los motivos que nos llevan a vestir uniformes no son nuevos: la lógica colectiva que nos hace llevar esta prenda es inmemorial.